lunes, 12 de enero de 2009

George el Bogavante

George se hizo amigo de un arroz caldoso aunque aquél corrió peor suerte. Tras su lejana captura en las lejanas costas de Canadá, evitó la cocción, burló el congelador y nunca recibió el golpe certero y mortal del mango del cuchillo en su cogote. Conquistó a gambas, langostas y centollas. Tuvo aires de estrella en un restaurante de New York pero jamás lució gabardina ni acudió a cocktail alguno. Tampoco conoció la mantequilla, la caldereta y ni siquiera formó parte de un triste salpicón. Eso sí. George se hizo fotos con los niños. Aportó fama e ingresos a sus protectores y se ganó la jubilación. Ahora sus nueve kilos y sus 140 años han vuelto al mar. El lugar de donde nunca debió salir.

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